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Martín Klajnberg

“Quería que mi aliá tenga un significado y tenía la sensación de que podía ser un buen soldado”

Actualizado: 11 nov 2020

Tras cinco años de servicio en una de las unidades más prestigiosas del ejército israelí, Gabriel Sklar decidió volcar en un libro todo lo vivido, desde los motivos que lo llevaron a abandonar su hogar de Buenos Aires para buscar darle un significado a su vida hasta sus mayores logros como soldado. “El Martín Pescador”, una historia de búsqueda, desafíos y metas cumplidas.

Gabriel Sklar. Foto cedida por el entrevistado.
Gabriel Sklar. Foto cedida por el entrevistado.

Cuando mira hacia atrás y recuerda lo vivido, Gabriel Sklar define su historia como “la búsqueda de un joven que intenta encontrar el significado de su vida, que busca descifrar quién es”. Esa síntesis podría describir a muchos jóvenes que, repletos de dudas y preguntas, toman decisiones de vida: una carrera universitaria, un trabajo, un noviazgo, un viaje largo.

Sin embargo, para Gabriel, esa búsqueda se combinó con una fuerte ideología sionista y con una vocación por las artes marciales. Así fue como decidió hacer aliá e integrarse a las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) como combatiente.

“Mi idea siempre había sido hacer aliá, y tenía la sensación de que podía ser un buen soldado, que tendría un buen potencial allí”, dice Sklar, en una entrevista con Piedra Libre. “Vine con la idea de integrarme al país, y quería que mi aliá tenga un significado. Quería hacer algo más allá de mí, y darle algo a Israel”, explica.

La influencia de su madre Andrea Bauab, escritora y dramaturga, lo llevó a tener siempre la ilusión de escribir un libro. Convencido de que muchos jóvenes sionistas podrían tener las mismas dudas y preguntas que él mismo tuvo en un principio, decidió volcar sus experiencias y su camino recorrido en papel. Así, viajando por Nepal tras liberarse del ejército, nació la idea de “El Martín Pescador”, donde narra su propia historia, desde su viaje de egresados a Bariloche en el último año de la secundaria hasta la emotiva despedida tras varios años de servicio como combatiente y como instructor de Krav Magá, el arte marcial israelí, en Shaldag, una unidad de comando de élite de la Fuerza Aérea de Israel.



La portada del libro, disponible en Amazon Kindle.
La portada del libro, disponible en Amazon Kindle.

“En gran parte fue para mí, para poder digerir los últimos años que había vivido”, reflexiona, sobre la decisión de escribir su libro. Por incluir detalles sobre el funcionamiento del ejército y de su unidad, el texto debió pasar un permiso legal que le llevó varios meses. Finalmente, fue aprobado por el comandante general de su unidad y por el cuerpo del ejército que se encarga de determinar qué se puede contar y qué no.

“Los primeros meses, nos daban una orden y yo no entendía bien qué había que hacer, e iba corriendo atrás de los demás intentando adivinar”, recuerda, con humor. Lo cierto es que, a pesar de los obstáculos que debió superar, entre los que destaca las barreras en la comunicación, su paso por el servicio militar fue “una etapa de crecimiento personal y de construcción de personalidad muy grande”.

Hoy, a los 29 años, Gabriel vive con su novia en Tel Aviv y estudia psicología y filosofía en la Universidad Abierta de Israel. Y aunque muchas veces la distancia con los amigos y la familia de Argentina lo hicieron pensar en volver, afirma con seguridad: “Israel es mi casa”.

¿Cuándo hiciste aliá y por qué?

Hice aliá en febrero de 2012, a los 21 años. De ahí me fui al Ulpán en el kibutz Maagan Michael. El por qué es una excelente pregunta. Creo que fue una combinación. Por un lado, la búsqueda de un joven que intenta encontrar el significado de su vida, que busca descifrar quién es, porqué hace las cosas que hace. Eso combinado con una historia sionista, el haber nacido en una familia judía y haber crecido con una ideología sionista bastante fuerte. Estas cosas me llevaron a decir: “bueno, para encontrarle significado a mi vida, tengo que hacer algo más grande que yo”. Es más complejo que eso, pero si lo tengo que resumir, es una combinación de esas dos cosas.

Mi mamá y mis hermanos habían hecho aliá en 2009, y yo me quedé en Buenos Aires viviendo con mi papá. Esos fueron años raros, estaba perdido, quería hacer aliá también, pero estaba con mi novia de ese momento, que no era judía. No estaba seguro, pero al fin y al cabo decidí hacerlo y mudarme a Israel.

¿Qué te llevó a escribir un libro para contar tu historia?

Mi mamá es escritora, entonces siempre tuve esa influencia por la literatura. Desde la adolescencia empecé a leer bastante, y estando en Buenos Aires hice un curso de escritura, donde hice cuentos, y cosas pequeñas, y siempre tuve la idea de algún día escribir un libro. Pero después, uno empieza a hacer cosas y no tiene tiempo o una gran idea para realmente hacerlo.

Al liberarme del ejército, después de hacer el gran viaje que se acostumbra a hacer tras el servicio militar, estaba en Nepal, viajando en un colectivo mirando por la ventana, cuando me cayó la ficha. Estaba pensando en la vida, y me dije: yo tengo que escribir lo que me pasó.

¿Lo hiciste para sacarlo de adentro tuyo o tenías otro objetivo?

En un principio, fue porque pensé que podía llegar a servirle a alguien que quiere hacer aliá, pero no sabe cómo, si se puede, o todas las dudas que uno tiene antes de dar un paso de esas dimensiones. Sin embargo, en gran parte fue para mí, para poder digerir los últimos años que había vivido. Cuando uno emprende un proyecto así, no se detiene a pensar a cada paso. La aliá, estudiar hebreo, entrenar para entrar al ejército, cinco años en las Fuerzas de Defensa de Israel… son muchas cosas. Entonces, también lo hice para poder digerir todo lo que viví.

Hablás del ejército como algo natural para vos, sin contemplar que muchos eligen hacer aliá pero sin la parte militar. ¿Cuándo decidiste que tu camino sería el servicio militar?

Es algo que viene de cuando era chico… siempre me gustaron las artes marciales, y en mi cabeza estaba la idea de hacer aliá y unirme al ejército. Esa idea quedó un poco borrosa cuando me hice adolescente, a los 16/17 años, porque empecé a hacerme preguntas… ¿Está bien unirse al ejército? ¿Está bien agarrar un arma? Eran preguntas filosóficas o políticas, y con ellas ese camino se fue borroneando. Pero mi idea siempre había sido hacer aliá, y tenía la sensación de que podía ser un buen soldado, que me gustaría unirme al ejército y que tendría un buen potencial allí. Entonces, cuando tenía la idea de hacer aliá lo veía de este modo. No quería hacer solo 6 meses de ejército, o intentar evitar hacerlo, porque vine con la idea de integrarme al país, y quería que mi aliá tenga un significado. Entonces, para mí, darle un significado a mi vida era hacer algo más allá de mí, darle algo a Israel.


Gabriel con amigos del Ulpán en el Kotel, en Jerusalem.
Gabriel con amigos del Ulpán en el Kotel, en Jerusalem.

¿Cómo describirías en pocas palabras, sin entrar en lo más detallado, que está relatado en el libro, tu paso por el ejército? ¿Algo te transformó?

Yo lo describiría como una etapa de crecimiento personal y de construcción de personalidad muy grande. Eso se debe también a que estuve desde los 21 hasta los 26, 27 años, que también es una edad donde uno va construyendo naturalmente su personalidad y va definiendo sus opiniones. Sin embargo, creo que en el ejército le dieron una forma y una base para esa construcción que a mí personalmente me gusta, las lecciones que aprendí de ahí son muy valiosas. Lo definiría así, como una etapa de crecimiento personal y formación de mi personalidad.

¿Y cuánto de eso tuvo que ver con la unidad en la que estuviste, Shaldag? ¿Sentís que ese proceso de crecimiento se hubiese dado en cualquier área del ejército? ¿O considerás que tu unidad influyó de una forma particular?

Sí, obviamente el proceso de crecimiento se hubiese dado de un modo u otro. Pero yo creo que en la unidad en la que estuve, los valores que me enseñaron allí, la seguridad en uno mismo que te forjan yo creo que hizo que el desarrollo fuese más grande, más profundo. En otros lugares hay muchas cosas por aprender, en cada lugar se pueden aprender cosas distintas, pero yo creo que a mí me hizo muy bien estar ahí y que los desafíos muy grandes que te ponen en una unidad como la que estuve te hacen de algún modo crecer más.

Por algo elegiste para tu libro el nombre de tu unidad… El Martín Pescador, en hebreo, Shaldag

No creo que el nombre se lo haya puesto porque la unidad haya sido el centro de mi historia, o no lo veo así. No sé si tengo un motivo muy racional para el nombre que elegí. Al principio mi idea era ponerle “La historia de un joven argentino”, o algo parecido. Pero me gustó el nombre en sí mismo, el Martín Pescador, el nombre de ese pájaro tan particular, que, como cuento en el libro, apareció en momentos importantes de mi camino.

También la idea de un pájaro, que vuela, que se va del nido… algo me conectó con ese nombre. También me gustó que el nombre no revela demasiado sobre el libro, hay que leerlo para entenderlo… le da un poco de misterio.

Respecto al libro, y a lo que contás en él… Hay muchos detalles sobre el entrenamiento, sobre algunos ejercicios, y sobre la modalidad que se trabaja en esa unidad. ¿Tuviste que omitir partes de lo que viviste por el hecho que no todo se sabe, especialmente en unidades que hacen un trabajo que no está permitido contar fuera del ámbito militar?

El libro pasó un permiso legal del ejercito que me tomó bastante tiempo conseguirlo, varios meses. Fue aprobado por el comandante general de mi unidad y por el cuerpo del ejército que se encarga de determinar qué se puede contar y qué no. Lo que yo escribí está permitido por el ejército.

Además, yo de entrada tenía una idea bastante clara de lo que se puede decir y lo que no, así que ya desde el principio, cuando empecé a escribir, lo hice sabiendo que el libro tenía que ser aprobado. Lamentablemente, las cosas más interesantes no las pude contar… El libro está enfocado en lo que me va pasando a mí, y no tanto en mostrar las misiones que hicimos. Eso no es lo que quise contar. Se que a mucha gente le hubiese gustado que así sea, y de todas formas hay algunas cosas que sí pude incluir. Pero en el momento de llegar a la parte del control, fueron pocas las cosas que me hicieron cambiar. Una de ellas fue el nombre de todas las personas que aparecen. En cuanto a lo que cuento y lo que no, yo ya sabía qué cosas se podían saber y cuáles no, por lo que no tuve que modificar mucho.


Gabriel cortando su tarjeta de identidad de las FDI tras liberarse del ejército.

Gabriel cortando su tarjeta de identidad de las FDI tras liberarse del ejército.


En el libro señalás diferencias respecto al resto por el hecho de ser inmigrante, por no ser israelí. Falta de temas de conversación, diferencias culturales… ¿Cuáles son los principales obstáculos que encontraste por ser inmigrante a la hora de integrarte al ejército?

Yo creo que el obstáculo principal fue práctico, es decir, el simple hecho de no poder comunicarse. Los primeros meses, nos daban una orden y yo no entendía bien qué había que hacer, e iba corriendo atrás de los demás intentando adivinar. En ese tiempo, las buenas cualidades que puede tener uno, cualidades de liderazgo, de iniciativa o de determinación se ven nubladas por el hecho de no entender lo que está pasando. Con el tiempo, eso se diluye. Los primeros seis meses fueron así, intentando seguir a la corriente sin poder destacarme. A partir de allí, me sentí más cómodo y tuve un despegue que me permitió encontrar mis ventajas y explotarlas.

Por otro lado, la parte social también fue difícil. El primer año del ejército me sentí bastante solo. Tenía mis amigos del Ulpán, pero cada uno estaba en su unidad del ejército, en la suya. No tenía amigos de la infancia, o un grupo para encontrarnos los fines de semana. Y los chicos del ejército, al principio, no eran mis amigos, no teníamos de qué hablar, ni cosas en común. Eso sumado a la dificultad para comunicarme. Con el tiempo, se fue acomodando todo, y la convivencia con la gente de la unidad va haciendo más fácil las relaciones, y va mejorando.

¿Con el tiempo sentís que pudiste adaptarte a la cultura israelí?

Sí, yo creo que me integré a la sociedad. Llevo viviendo acá casi 9 años, es mucho tiempo, y uno se adapta a las culturas locales, como por ejemplo las formas, que a veces pueden resultar chocantes. Cuando veo a mis amigos de Argentina, me dicen: “loco, estás hecho un bruto, sos demasiado directo”, o cosas así, que uno no se da cuenta. Acá la gente se comporta así, mucho más directa, menos “dulce”.

¿Tuviste miedo alguna vez?

Tuve un poco de miedo antes de enrolarme en el ejército, porque tenía mis preguntas filosóficas, sobre si estaba bien o no agarrar un arma y convertirme en un soldado. Durante el ejército, no tuve miedo. Uno está tan enfocado en lo que tiene que hacer, que no hay lugar para ponerse a pensar en si uno tiene miedo o no. Cuando estás en una misión, o estás haciendo algo con determinado peligro, estás concentrado en que tenés que hacer tu parte, y tenés que estar concentrado. No tenés tiempo de ponerte a pensar en otra cosa. A modo de comparación, es como cuando uno se prepara para un examen de matemática. Podés tener miedo antes del examen, al no saber si te va a ir bien o no. Pero si estudiaste y sabés lo que tenés que hacer, en el momento de hacer el examen, cuando estás ahí, te concentrás en lo que tenés que hacer, y el miedo desaparece.

Vos entraste a los 21 y, si bien eras chico, empezaste más maduro que los que entran con 18, 19 años. ¿Creés que a esa edad los jóvenes están preparados para defender al Estado de Israel? ¿O creés que sería mejor que todos lo hagan a la edad que lo hiciste vos?

En mi opinión, es muy bueno para los chicos que entran no hacerlo directo después del secundario. Muchos eligen hacer un año de estudios, o de trabajo, o distintos tipos de planes. En mi experiencia, se nota mucho la diferencia en la madurez cuando uno se tomó ese año para hacer algo diferente y crecer. Es distinto un chico que simplemente hizo el secundario y directo entró al ejército, que un pibe que se fue de la casa, que vivió con otros compañeros, se dedicó a hacer algún tipo de trabajo y después entró. Yo creo que no hace falta esperar hasta los 21 años para llegar a ese nivel de madurez, pero sí recomendaría que, si uno quiere tener éxito en el ejército, conviene salir después del secundario, con más experiencia y autonomía para entrar a un régimen bastante complicado como lo es el militar.


Gabriel Sklar (abajo, de blanco) en un entrenamiento de artes marciales. Foto cedida por el entrevistado.
Gabriel Sklar (abajo, de blanco) en un entrenamiento de artes marciales. Foto cedida por el entrevistado.

¿Qué fue lo que más disfrutaste de tu paso por el ejército y que fue lo que más odiaste?

Voy a empezar con lo que más odié, que creo que es compartido con muchísima gente: la Tironut, que son los primeros tres meses del ejército, donde te hacen “chiquito”, te llevan a cero para empezar a construirte. Mucho castigo, en su momento era invierno en Israel y vivíamos con frío, porque había una cuestión de tener que bancar el frío, entonces estábamos todo el día en remerita, con lluvia, truene, no importa lo que pase... en fin, muchos tipos de castigos. También, el trato que hay entre soldado y comandante en esa etapa es duro, sos un soldado raso, y así te tratan. A medida que va pasando el tiempo, sobretodo en mi unidad, tenés un trato mucho más de hombre a hombre con tus comandantes. Pero, antes de ese momento, no es muy divertido, y eso lo puede decir cualquiera que haya estado en el ejército.

Lo que más disfruté es haber sido entrenador de Krav Magá (arte marcial israelí) de los combatientes de mi unidad. Eso me permitió, por un lado, conocer a todos los combatientes, que no es común, y que todos me conozcan a mí. Creo que también hacer ese entrenamiento, que es mucho más mental que físico, al menos al principio, me gustaba. Hoy estoy estudiando psicología y filosofía, porque me gusta mucho ese lado de ver cómo haces para agarrar a un pibe que recién entró en el ejército y convertirlo en un soldado, seguro de sí mismo y fuerte. Eso lo disfruté mucho.

¿Qué valor o herramienta crees que te resulta más útil fuera del ejército hoy en tu vida diaria y que incorporaste gracias a tu experiencia?

Yo creo que es una sensación de que, aunque suene un poco cliché, no hay nada que uno no puede hacer. Después de haber entrado en la unidad en la que estuve, siendo olé jadash (nuevo inmigrante), que al principio lo veía como imposible, y uno se da cuenta que lo puede hacer. A medida que va pasando el ejército, también uno va viendo que uno es bueno en lo que hace. Te da una confianza personal, confianza en uno mismo, que para mí es muy importante para cualquier cosa, sean los estudios en una universidad, o si uno quiere abrir una empresa, o lo que sea. Tener esa mentalidad de “esto lo puedo hacer”, de ver cuáles son los obstáculos y superarlos. Eso me llevo del ejército.

En varias partes del libro mencionás algo típico que le pasa a cualquier ole jadash que es la distancia, y la dificultad de estar lejos de los afectos, dejar la vida tal cual uno la conoció. ¿Te planteaste volver?

Desde que llegué fui construyendo mis conexiones acá. Hoy en día tengo amigos acá, tengo a mi novia, tengo familia por suerte, que también me permitió no ser un soldado solitario. Me he planteado alguna vez la idea de volver, son preguntas que te vienen a la cabeza. Pero acá me siento en casa. Además, la situación económica de Argentina no es muy tentadora, pero cuando estoy ahí, cuando viajo por la Patagonia que es hermoso, dan ganas de volver. Pero, por ahora, me voy a quedar acá.

¿Qué le dirías a un joven que quizá se encuentra donde estuviste vos al principio y le asaltan esas dudas de si es la decisión correcta, si va a poder, y demás?

Yo le diría que sí es lo que tiene ganas de hacer que lo haga, porque es ese el momento, no es algo que se puede postergar y hacer más adelante. A los 18 años es el momento para hacer aliá, si tiene la idea de hacer todo el trayecto del ejército. Yo vine teniendo mis preguntas, uno no puede eliminar todas las dudas que tiene, siempre van a estar en la cabeza, pero yo le diría que lo haga y después verá a dónde lo lleva la vida. Quedarse con las ganas de haber hecho algo y que ya sea demasiado tarde no es algo que a mí me gustaría. Yo creo que es mejor, como dice un dicho, arrepentirse de algo que hiciste que arrepentirse de algo que no hiciste, pero bueno… esa es mi forma de verlo.

¿Qué es Israel para vos?

Israel para mi es casa. Mi mentalidad sionista fue cambiando, cuando uno llega habiendo crecido en la Diáspora llega acá y ve todo color de rosa, y con el tiempo el rosa se va volviendo un poco más gris. Ni blanco ni negro, gris. Y tengo mis cosas que no me gustan de acá, y que a veces me hacen pensar que quizá me iría a otro lado, pero la sensación de casa, creo que es algo que le sucede a cualquier persona que vive en Israel. Eso es muy fuerte, y le gana a muchas desventajas que puede llegar a tener este país. Y es difícil explicar por qué uno se siente en casa, no sé si es algo conectado al judaísmo, a la vibra que tiene este país, al hecho de ser un país chiquitito en el que todos se conocen con todos… En fin: casa.




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