Y ahora… en época del virus que nos corona.
Hace tiempo que quiero escribir sobre muchos temas, pero claro, el que ahora me atañe es el de ser olá jadashá (nueva inmigrante en la tierra de Israel), once meses de vivir en Eretz Israel, y la llegada de este virus que nos corona.
Me pregunto qué se siente cuando se llega a la tierra de leche y miel, y cuento mi experiencia de este corto tiempo de ser ciudadana israelí y con escaso idioma hebreo. Mi experiencia es muy buena, qué digo muy buena, es excelente, y sé que otros “recién llegados” tienen otra opinión, quizás buscan la perfección en los israelíes o la perfección en cada trámite, vaya a saber de qué países vienen, donde todo es seguramente perfecto. Lo que siento es que cuando te abren una puerta, así como se abre para un olé jadash, lo único que se puede sentir es agradecimiento y si no se está conforme, dar media vuelta y regresar por donde se entró.
Pero ahora me pregunto qué sentir estrenándome en el país y de repente, con un halo casi mágico, el mundo entero se detiene, las expectativas presentes se derrumban y sin saber por cuánto tiempo. Lo único que resuena en mis oídos es “quedate en casa”, “no podés salir”, solo lo permitido que todo sabemos es bien poco.
Pero a esta pandemia atroz debo sumarle la edad de un recién llegado, que en mi caso fue de 59 para arriba, con todas las energías, cabeza y cuerpo puestos en trabajar, avanzar, no vivir pendiente de recibir ayuda del estado, sino ser proveedora absoluta de mis costumbres, hábitos y deseos. ¡Quizás una ilusión a esta edad, pero abrir puertas para mi es vivir!
Viajando hacia Israel. Llegando a casa...
Qué decir frente al pensamiento del sociólogo polaco Zygmunt Bauman que sostenía que: "Con nuestro culto a la satisfacción inmediata, muchos de nosotros hemos perdido la capacidad de esperar" y ahora el mundo, la sociedad, los gobiernos y nuestra cordura e intuición nos dicen "tenés que esperar, quedate en casa".
Y sin pensar en el dicho que reza: el que espera, desespera, ni tampoco en la gran verdad que dijo Bauman, me vuelvo y nos volvemos a armar en mente y cuerpo diseñando un nuevo porvenir que, en el caso de los más jóvenes, seguramente será, con un poco de retraso, igual al que imaginaban. Pero en mi caso y de muchos otros de sesenta y pico este tiempo de espera puede causar estragos, todo dependerá de nuestra actitud y aptitud como principiantes en el país. El mundo se desestabilizó velozmente para todos.
Asamblea Legislativa de Costa Rica. Una actividad en honor a los sobrevivientes de la Shoá. Fuimos con la sobreviviente homenajeada representando a Yad Vashem Costa Rica del que formo parte.
Una de las situaciones que más pienso, siento y me asusta es la utilización de la tecnología, que ya convivía entre nosotros. El distanciamiento social que ahora tenemos que aplicar en forma extrema y por una causa noble ya estaba instalado en la sociedad, principalmente en los niños y jóvenes. De ninguna manera estoy en contra de los avances de la tecnología, claro que no, pero en su justa medida.
Soy defensora a rajatablas de la comunicación cara a cara, abrazo a abrazo, charlas y risas donde un cable o una mala conexión no lo enfríe ni interrumpa.
Es un tema complejo y con muchas variantes, en el cual los avances médicos, la comunicación inmediata que acortan las distancias y muchas otras situaciones en donde la tecnología interviene, le fueron dando forma a este siglo XXI.
Bendita tecnología, bendito hallazgo el del “zoom” que nos permite sentirnos cerca, compartir fiestas, cumpleaños, clases y en mi caso clases de ivrit, de las cuales hablaré en otra oportunidad.
¡Pero ojo al piojo!, que el nuevo mundo que dicen se viene, después de la primera pandemia de nuestra generación, no nos convierta en familia o amigos "vía zoom", o niños que, como escuché decir en alguna de las tantas notas periodísticas, estudian mejor y de forma más económica desde sus casas en sus computadoras.
Aunque en este mientras tanto de quien nos corona, me refiero al virus, también mi cuerpo y mi cabeza dicen que....... no es tan malo tener este impasse de vida, no solo permitido sino avalado, sin que nadie pueda cuestionarte, vivir sin horarios, sin restricciones de cuándo dormir, leer, cocinar, comer y tantas otras cosas. Es como estar dentro de una película basada en hechos reales. También creo que es el sueño de muchos hecho realidad.
Vivir en Israel me da paz, tranquilidad, armonía, aunque parezca una paradoja, porque es un país que siempre está alerta a los ataques de los que, también paradójicamente, nos quieren borrar de la tierra y tirarnos al mar, al mediterráneo, que bordea las costas del país; y que políticamente sufre de los avatares de protestas por rumores de corrupción, de un primer ministro que no quiere dejar su puesto y encaminándonos hoy, con gobierno de coalición entre dos oponentes, de derecha uno y de un poco más a la izquierda el otro y ambos con un toque de centro, a una cuarta elección en menos de dos años.
Y el invierno, que más bien parece primavera, está a flor de piel en el ahora quieto Israel. Esta quietud además de incertidumbre me genera el sentimiento de todo emigrante, extrañar. Extraño mi lugar, el que supe conseguir en mi otro país de elección, Costa Rica, a mis amigos, a los diferentes ámbitos de trabajo y colaboración en los que participé.
Pero como si fuera la primavera en Israel, en mi condición de recién llegada, manteniendo el encierro obligatorio, trato de florecer cada día. No es fácil, pero como les dije más arriba, abrir puertas para mí, es vivir, y aunque esta quietud diaria y los pensamientos derroteros revolotean, podemos reinventarnos, aunque sea con barbijo y alcohol gel.
A poco de llegar honramos a nuestros muertos de la Shoá y homenajeamos a los sobrevivientes, con tristeza, pero también con orgullo de decir “presente” aquí en Israel y en todo el mundo. Muchas ramas de nuestro pueblo cayeron, pero la raíz fue resiliente y surgió frondosa.
Honramos a nuestros soldados que cayeron para que hoy, tanto nosotros los olim jadashim, como todos aquellos que trabajaron duramente en los principios de lo que después se convertiría en Estado de Israel, podamos celebrar sus 72 jóvenes años.
Y fue un cumpleaños de Israel, un Iom Hatzmaut diferente, de puertas adentro, porque un virus, que a simple vista no se ve, pero que batalla contra la humanidad, no nos quitará la alegría ni la emoción.
Por eso como olá jadasha solo puedo sentir agradecimiento de disfrutar del esfuerzo de tantos otros y a pesar de los atrasos que produce quien hoy nos corona, aportar cada granito de arena que a mis sesenta y pico pueda brindar en esta, mi tierra de leche y miel.
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