Desde Raanana, un grupo de jóvenes Olim del programa Etzion, partimos a nuestra primera excursión. Parecíamos niños de escuela, a horario, todos en la puerta del Mercaz Klitá, con nuestra mochila, preparados para que nos sorprendan. Cómo nos caracteriza a los latinos, elegimos los asientos de atrás del micro y todo el trayecto estuvo repleto de risas, conversaciones y música.
Y al llegar a Akko... ¡Qué bello Akko! El paisaje había cambiado por completo, la vista arquitectónica parecía volverse sepia.
A tan solo una hora y media del punto de partida, llegar a Akko fue transportase en el tiempo, una ciudad colmada de contrastes y contextos. No hacía falta una explicación para entender que esas piedras tenían historia. Y allí estábamos nosotros recorriendo una de las ciudades más antiguas del mundo y sin duda podíamos percibir el paso de cada conquista, el paso de cada civilización.
Su proximidad al Mar Mediterráneo resalta sin duda toda su belleza, la claridad del agua, combina a la perfección con el verde característico de las mezquitas musulmanas de la zona. El color turquesa de las puertas y ventanas característicos de la fe Bahai embellecen aún más la mirada del visitante.
Cómo es costumbre en Israel en los meses de verano, el calor nos acompañó durante todo el recorrido a pie, mientras el guía se detenía en los imponentes portones para relatar historias e interpelarnos con sus preguntas. Nosotros nos dejábamos envolver en la hermosura del lugar, en los rostros de sus habitantes, fusión de religiones y en la cultura propia de la zona.
Sin duda una experiencia para repetir y continuar descubriendo rincones únicos.
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