Miércoles. Hace mil que no voy al barrio de La Boca. ¡Queda re lejos! A ver qué dice Google Maps… Media hora de casa. Eso en Buenos Aires es como si fueran 3 cuadras en Israel. Nada. Voy a caminar por Caminito, mítico paseo turístico si los hay. La zona es heavy, hay que ir con atención, por calles más transitadas. Dentro de la Bombonera hay un evento, voy a aprovechar ya que nunca estuve dentro de la cancha de Boca.
Ya por los alrededores, comienzan a aparecer hinchas con sus camisetas azul y oro, banderas de todos los tamaños. ¿Hoy hay partido?, pregunto. No, es un día casi normal. El clásico River y Boca se jugó en el exterior porque 30 inadaptados arruinaron una Fiesta con su conducta. Cosa que cada tanto pasa, pero no se preocupe, las estamos limpiando.
Los colores de las chapas y los adoquines parecen más brillantes que la última vez. Es un día tranquilo para los vendedores ambulantes de arte y cerveza. Pequeños grupos de turistas pasean con tranquilidad. Me siento en uno de los barcitos en la calle donde se respira el aire arrabalero y disfruto del show de una pareja bailando tango. Un gin tonic por favor, son las 4 de la tarde, pero estoy trabajando. Los artesanos y los dibujos de puerto casi que me embriagan, pero no. Sigo a 10 metros. Me encuentro con la gran Fundación Proa, una institución dedicada a la cultura y al arte con paredes de vidrio, que permite ver mi riachuelo. ¿Está más limpio, fue María Julia o soy yo?
Fotos: Sara Neyar
Me da alegría y orgullo escuchar diferentes idiomas de turistas en la zona, que les apasione tanto el tango, que se baila en cada esquina con tanto amor, a toda hora. Los japoneses y los flashes, que comparten al instante en las redes sociales. Estamos todos conectados cuando se trata de compartir belleza, historia y paisajes.
No sé si será por el G20, la energía de la gente o que algo realmente se está moviendo y cambiando. La letra del tango se está transmutando.
Se escuchan tambores y bailes callejeros para los que van, bajo el sol, caminando.
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