Por Luli Szerman y Jessica Peltz
En esta nota presentamos la historia de Nicolás Bemaman (24), un joven argentino que se fue a vivir a Madrid junto con su familia luego de la crisis económica del 2001 y con 18 años decidió que el lugar en el que se sentía feliz y quería estar era Israel.
Cuando llegamos, el bar está en silencio, casi vacío, no vuela ni una mosca. De pronto, todo cambia. Las mesas se llenan en cuestión de segundos, las sillas se empiezan a mover para hacer espacio a más gente, las risas y las charlas despreocupadas inundan cada vez más la sala, los cafés recién hechos comienzan a aparecer en el mostrador… la atmósfera universitaria que sobrevuela en el café Aroma que está frente a la Universidad Bar Ilan es innegable. En medio de todo el ajetreo de mochilas, laptops y bandejas con comida que hay a nuestro alrededor, llega Nico y, desde lejos, se puede ver la sonrisa que lo acompaña. Después de explicarnos que está nervioso porque la próxima semana va a rendir los primeros exámenes luego de seis años de no estudiar, comienza a contarnos su experiencia de vida.
Cuando en el 2002 sus papás, tras haber descartado la opción de irse a Miami por la dificultad para obtener la residencia y la de hacer aliá por miedo a que sus hijos hicieran el ejército, les anunciaron a él y a su hermano que todos se iban a vivir a Madrid, Nico recuerda cómo, con 9 años, solo pensaba en lo divertido que iba a ser volar en avión por segunda vez. Hasta ese momento, ya sea asistiendo a un colegio judío o yendo a básquet y a los grupos en Macabi, su infancia en Argentina había estado fuertemente ligada al judaísmo. Por eso, una vez que llegó a Madrid, con el tiempo y gracias al impulso del dirigente de Macabi Guido Meczyk, comenzó a surgir entre la suya y otras familias argentinas una comunidad judía: “Muchos argentinos se fueron con la idea de seguir teniendo la vida que tenían pero en Madrid. Entonces Macabi, que tenía dos equipitos de fútbol, creció un montón. Todos empezamos a jugar al futbol, a ir más a los grupos. Queríamos tener ese ambiente de comunidad, de tnúa”.
Mientras toma su café, Nico continúa relatando cómo, desde la primera vez que visitó Israel con el colegio con solo 14 años, sintió una conexión indescriptible con el lugar: “Es como que me gustaba estar acá, me sentía bien, cómodo”. Tal es así que, apenas regresó de ese viaje, le comunicó a su mamá que a los 18 años él iba a hacer aliá. A partir de ese momento, ya sea por las Macabeadas o por Bekeff, Nico aprovechó cualquier oportunidad para volver a este país que tanta alegría le generaba. Cuando regresó a Madrid luego de pasar diez meses en Israel con el programa ‘Shnat Ashará’, solo hicieron falta unas semanas para que Nico, disconforme con lo que estaba estudiando y cansado de sentir que tenía que ocultar el hecho de ser judío, se decidiera a dejar la Universidad Complutense de Madrid y comenzara a organizar su proceso de aliá. Tras convencer a sus papás y trabajar durante algunos meses para juntar plata, el 11 de agosto del 2013 Nico llegó a Israel como Olé Jadash. Una vez instalado, como no tenía que hacer la tzavá debido a una ley que dictamina que los ciudadanos españoles no pueden realizar el servicio militar en otro país, Nico inició la mejiná en Jerusalem, ciudad que siempre le había interesado. Sin embargo, allí entró en contacto con distintas personas que estaban como tzanjanim en el ejército y, después de escuchar sus experiencias como soldados y de estar en el kotel para la ceremonia de juramento de uno de sus amigos, decidió que él también quería formar parte de ese universo. Por eso, tras averiguar que podía ir al ejército si se presentaba como voluntario, siguió el consejo de su padre, que por haber vivido un año de joven en Israel sabía de qué se trataba y creía correcto que lo hiciera, y en diciembre del 2014 Nico inició su servicio como jaial boded voluntario.
Cuando le preguntamos acerca de su paso por el ejército, reconoce que hubo momentos difíciles en los que costaba estar lejos de su familia, como durante el sadaut, dos semanas al comienzo del entrenamiento básico durante las cuales los jaialim están en el desierto casi sin ninguna comunicación: “Son dos semanas en las que solo hablás de lo que te vas a comer y de la ducha que te vas a dar cuando llegues a tu casa y todos decían ‘mi mamá me va a estar esperando con no sé qué y me van a llevar a no sé dónde’. Yo pensaba ustedes lloran porque extrañan a sus mamás pero en una semana se van a sus casas y las ven, yo no la veo a mi mamá hasta no sé cuándo”. Sin embargo, Nico no deja de mencionar que siempre encontró el calor del hogar y todo el sostén que necesitó en los amigos de sus padres que fueron como una familia adoptiva para él, y con convicción afirma que no se arrepiente de haber hecho el ejército: “Es un mundo adentro de Israel, un mundo paralelo que pasa al mismo tiempo que transcurre la vida de la gente civil. Lo mejor es que descubrís que tus límites están mucho más lejos que lo que vos creés. Y yo siento que después de eso tenés una perspectiva diferente de todas las cosas”.
Con un tono que transmite plena satisfacción y alegría, Nico cuenta que en la actualidad vive con amigos en Tel Aviv, trabaja en un bar y está terminando el primer semestre de la mejiná, en la que cursa junto a otros olim jadashim. A su vez agrega que recién ahora, después de haber pasado por todas las experiencias que vivió, se siente cómodo estudiando y proyectando su futuro. Si bien le encantaría que sus padres y su hermano hiciesen aliá para poder estar todos juntos, entiende que es difícil para ellos volver a dejar todo para arrancar de cero en otra parte y lo cierto es que, gracias a la poca distancia que hay entre Israel y España, pueden juntarse seguido.
Antes de despedirnos le pedimos si puede hacer una última reflexión sobre Israel y, sin dudar por un instante, contesta: “Yo creo que no tengo ni un solo amigo que viva en Israel y no esté contento. Acá cada uno puede venir y armar su vida como le guste. Es un buen país para vivir a esta edad porque te permite de verdad probar y equivocarte y volver a empezar. Como persona joven que viene sola, es un país que te hace conocer a mucha gente en tu situación y todos tienen muy buena predisposición, ganas de ayudar y de que te sientas cómodo para que te quedes”. A nuestro alrededor todos regresan a clase, las mesas vuelven a vaciarse, el bar nuevamente queda en silencio y el día continúa.
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